En 1839, ligado a la reciente aparición de la fotografía, nació una práctica en París llamada la fografía post mortem, una aterradora costumbre que era muy normal verla en los hogares franceses por esos días, pero que hoy causa terror y en algunos casos, indignación.
La práctica consistía en maquillar y vestir de gala a una persona recién fallecida, para luego acomodarla y ponerla al lado de sus familiares y amigos, para al final, hacer un retrato.
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Esto se hacía para honrar al ser querido que falleció, para que quedaran inmortalizados en una imagen.
Esta práctica era vista con buenos ojos por esos días, pues en ese momento, el movimiento artístico del romanticismo era tan popular, que las personas veían la muerte como un paso a mejor vida e incluso, como un privilegio.
Sin embargo, en la actualidad estos retratos causan todo tipo de reacciones, sobre todo las fotografías donde los niños son los difuntos.
Aquí algunos de estos retratos:
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